miércoles, 27 de marzo de 2013

El Grandullón, la Canija y el JetLag

Cualquiera que haya viajado a países con unas cuantas horas de diferencia conoce esa sensación extraña de desajuste entre lo que tu cuerpo te pide y lo que el reloj te dice que deberías estar haciendo.
Ahora mismo tenemos 8 horas de diferencia con España, así que somos víctimas indiscutibles del jet lag.
Los adultos podemos recurrir a "trucos" para superarlo cuanto antes: hacer lo imposible por mantener los ojos abiertos al menos hasta las 9-10 de la noche a pesar de que tus párpados comiencen a pesar terriblemente a las 6 de la tarde, por ejemplo.
Pero con niños... con niños es otra historia. Para que os hagáis una idea, el primer día, a las 5 de la tarde, estaba en un supermercado comprando la que iba a ser nuestra primera cena, con la canija en el carrito y el grandullón a pie. Al ir a pagar, moví un poco el carrito para meter la compra debajo y, al hacerlo, veo horrorizada que el grandullón, semi-dormido y con los ojos completamente cerrados, mueve el brazo para agarrarse al carrito en la posición en la que estaba antes y, al hacerlo, se cae de bruces. Os podéis imaginar la cara de la cajera (a duras penas conseguí explicarle que el niño no se había desmayado, que es que acabábamos de llegar de Europa).
El resto del camino a casa desde el supermercado trancurrió con el grandullón arrastrando los pies con los ojos cerrados y tropezando continuamente. Y, por supuesto, no cenó.
Obviamente, a las 3 de la mañana se despertó con un hambre terrible y con las pilas puestas.

Y la canija lo lleva parecido, aunque ella no se cae en la calle porque va en el carrito (sí, mamá, esta aclaración es por ti, que sé que le cuentas los chichones a la canija).

Consecuencias:
- No tengo claro cuántas comidas hacen al día.
- Se van a la cama sin cenar casi todos los días.
- Se bañan menos de lo que deberían.
- No sé cuántos días le he dado al final los antibióticos a la canija y los horarios en los que se los he dado han sido más flexibles de lo que deberían (disculpadme si he colaborado a crear bacterias resistentes a los antibióticos; es que no sabía qué hora era...).
- Desayunan, de media, a las 4 de la mañana.
- Hemos llegado a comer a las 10 de la mañana cualquier cosa que hemos encontrado porque aún no estaba la comida hecha (obviamente).
- La canija llora más de lo que le toca (y nunca sé si es de hambre o de sueño).
- La cajera del súper le pregunta al grandullón qué tal ha dormido cada vez que le ve. 

En fin, que llevamos el tipo de vida que haría que mi madre dijera que no le cuidamos bien a los nietos. Y ya llevamos aquí casi una semana y la mejoría es muy leve.

Y, ¿lo peor de todo? Que hasta que no se acostumbren ellos, nosotros no podremos superarlo.



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